En este pequeño escrito me gustaría exponer varias ideas sobre el tema de la socialización activa de nuestras mascotas, cuando queremos que interactúen con otros animales.
¿Es el perro una especie social? La ciencia y la historia nos dicen que sí, pero todos conocemos perros a los cuales la visión de un congénere les produce una reacción que como mínimo podemos clasificar de urticante. ¿Y los gatos? Pues en principio tienen fama de no ser sociables, pero hay muchos gatos que juegan juntos, duermen unos encima de otros y comen del mismo plato.
¿Es una característica individual entonces? Parece que sí. Influyen factores genéticos y, en mayor medida, como siempre, la crianza. Suele pasar que si los animales crecen de manera sana y continuada con otros animales, aprenden a convivir y a disfrutar de ese contacto social.
Pero, ojo, una cosa son animales que ya se conocen. Muy diferente es el caso cuando no es así. Si ya se conocen y sabemos que se llevan bien, podemos estar bastante tranquilos, pero si no es así debemos estar muy atentos a sus reacciones para poder actuar a tiempo si algo no acaba de ir bien.
Hay que tener en cuenta el lugar donde se encuentran los animales. ¿Es un lugar conocido para uno de ellos? ¿Para los dos? ¿Están lo suficientemente a gusto como para relajarse? Y el ambiente, ¿ha cambiado? O la situación individual de cada animal. ¿Ha envejecido alguno o ha enfermado alguno de ellos? Se sospecha que con las enfermedades y los medicamentos pueden cambiar los olores corporales, principal sistema de reconocimiento entre perros y entre gatos.
Aunque sea contradictorio, pues los gatos tienen más fama de antisociales, es frecuente que los humanos introduzcamos individuos en ecosistemas felinos de manera más o menos abrupta, obligándoles a compartir espacio y recursos con completos desconocidos, provocando a menudo desequilibrios que pueden ser más o menos evidentes (desde animales que se esconden y no quieren salir, hasta la guerra abierta en el salón, pasando por las micciones y defecaciones fuera de lugar)
Y también a menudo siento que forma parte del imaginario social que todos los perros son felices jugando con otros perros (cualesquiera y dondefuera) cuando la realidad puede ser muy diferente. Y cuando la realidad aplastante no coincide con nuestro imaginario social puede provocar mucho estrés en los perros (obligados a enfrentarse a situaciones estresantes sin ninguna protección) y mucha frustración en humanos que no entienden por qué su perro/gato se comporta como un energúmeno, cuando en realidad tienen motivos de sobra para hacerlo.
Con esto os invito a reflexionar, como responsables del animal que esté a vuestro cuidado, sobre las interacciones sociales con congéneres de vuestros animales en cualquier ámbito (dentro o fuera de casa): ¿Cómo se sienten ellos? ¿Les apetece en ese momento? Si es así, adelante. Si no es así o no estáis seguros, ¿saben/pueden ellos escapar de la situación que les incomoda? ¿Pueden contar con vosotros para que les ayudéis?